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14 de abril de 2014

Un poco más, La leyenda ""El tesoro del lado de Pátzcuaro"


Era el mes de abril, la primavera había llegado y la  vida bullía  por toda la rivera del lago de Pátzcuaro. Las milpas eran tan verdes que iluminaban al cielo, y había tantos peces que se les veía brincar en el espejo de agua; todo era hermoso. Una feliz pareja iba a casarse, la princesa Mintzitza y el valiente guerrero Utzetza, quienes tenían a la población del rey Zintzincha, que veía con alegría el amor que los jóvenes se prodigaban.
Todo el reino Tarasco había sido invitado a la gran fiesta, durante la cual el rey entregaría a la feliz pareja un regalo de bodas, el más grande tesoro que jamás haiga visto, todo dentro de una enorme olla de barro creada especialmente para ello. Sin embargo, el destino no permitiría tal felicidad.
El mundo que hasta ese día habían conocido los novios cambio para siempre, pues arribaron al palacio mensajeros provenientes de la gran Tenochtitlan para informar que el reino azteca había caído bajo el dominio de un ejército de hombres que, como dioses, habían llegado al mar en busca de oro .Eran los conquistadores Españoles, que ya se dirigían a Pátzcuaro.
La amenaza puso en alerta a todo el pueblo Tarasco, por lo que la boda se suspendió. El rey decidió no poner en riesgo la vida de las familias y ordeno que sus súbditos abandonaran sus tierras. Tambien ordeno que 10 guerreros llevaran el tesoro al centro del lago, para hundirlo donde los únicos que sabrían el sitio exacto.

Los gurreros tomaron la gran olla, la colocaron en la balsa más fuerte y a media noche zarparon al lago. Antes, hicieron un pacto: todos se hundirían con el tesoro. Así ninguno podría revelar su ubicación. La promesa de un guerrero es eterna. La oscuridad les llenaba los ojos, pues la luna se metía oculta para que el secreto estuviera protegido. De pronto sucedió algo increíble: los peces comenzaron a brincar a la balsa  en tal número que comenzaron a hundirla. Cuando los guerreros encontraron el sitio indicado, se amarraron a la gran olla y golpearon el piso de la balsa, abriendo múltiples  agujeros; así, el lago se llevó el tesoro y a sus guardianes.
La invasión Española se llevó a cabo, muchos tarascos murieron y el rey Zintzincha fue aprehendido a su palacio. Los españoles los torturaron para que revelara donde estaba el famoso tesoro, y el rumor del sufrimiento real se extendió por toda la tierra michoacana hasta llegar a Mitzitza, que permanecía oculta. Con la dignidad de una princesa, regreso a la ciudad hasta llegar al palacio que había sido su casa, donde la recibió el capitán Fernando de Alba.
A cambio de la vida de su padre, Mintzitza prometió a los españoles revelarles donde se hallaba el valioso tesoro. El capitán de Alba acepto, pero exigió que alguien muy amado por la princesa quedara en prenda, así no podría haber engaño. A oídos del capitán había llegado el rumor de la boda suspendida, así que les dijo:
-Si el tesoro aparece, vuestro padres será liberado; si no aparece, vuestro novio morirá. ¿A quién amas más princesa, a vuestro novio o a vuestro padre?
Los soldados españoles llevaron al joven guerrero Utzetza, que había sido capturado y lo tenían amarrado cual fiera, a la ribera del lago. Al verlo, la princesa solo pudo cerrar los ojos un instante; luego, el guerrero miro en silencio como su amada subía a una de las balsas y conducía a los invasores al centro del lago. Todos los soldados miraban con burla la escena pero soñaban con el tesoro tarasco si oportunidades que pasara con los jóvenes.
Guiados por la princesa Mintzitza, 10 soldados se repartieron en 3 balas y comenzaron  a remar al terminar la tarde. Se alejaron tanto que casi se pierden de la vista del capitán de Alba, que con su catalejo observaba todo desde el palacio. Cuando las balsas llegaron al centro del lago sucedió algo increíble, pues desde el fondo comenzaron a surgir los reflejos dorados del tesoro tarasco, al tiempo que los soldados miraban extasiados aquellos fuertes destellos; tan fuertes eran, que hasta el capitán pudo observarlos desde su lugar, lo cual hiso que los soldados que esperaban en la rivera gritaran llenos de júbilo:
-¡es el tesoro, lo que encontraron, es nuestro, vallan todos!
¡Viva, oro, oro!
Los  gritos se repetían sin parar; tanto, que fue imposible contener a los españoles. Todos abordaron las balsas que estaban en la orilla, querían ver el tesoro y quedarse con una parte. El capitán de Alba gritaban sin parar, tratando de detener a su gente, pero nadie le hacía caso; todo era confusión. Decenas de balsas llegaron al centro del lago, donde los rayos dorados despertaron la ambición de los extranjeros.
Obnubilados por la codicia, estos se arrojaron a las aguas para tocar con sus propias manos las joyas y el oro, pero claro fue el costo de su ambición: desde lo más profundo del lago aparecieron los guardianes del tesoro, es decir, los fantasmas de los guerreros tarascos, cuyas pálidas carnes parecían escamas por el efecto del agua. Sus fieles miradas y sus gritos de guerra causaban tal horror que los invasores fueron capturados y arrastrados a las aguas más profundas, donde fueron atacados a la gran olla de barro para jamás salir.
El lago de Pátzcuaro se revolvía por las gigantescas olas creadas por el ataque de los guardianes del tesoro,  pero en cuestión de instantes el agua dejo de moverse y los rayos dorados se apagaron. El capitán de Alba quedo paralizado por el terror de ver como sus hombres desaparecieron a manos de los más espantosos espectros.
Utzetza se arrojó al lago para rescatar a su amada princesa, y entonces los rayos dorados volvieron a resplandecer y su brillo ilumino el cielo, y la princesa y el guerrero fueron levantados en el aire y el poder de los rayos. Al verse así los enamorados se abrazaron llenos de asombro, y una música sublime surgió del agua; los dioses festejaban el triunfo tarasco, haci que los enamorados se miraron y comenzaron a danzar en medio del lago. Flotando, regresaron a la orilla, donde su pueblo había recuperado el  poder y liberaron a su rey. El capitán de Alba, ahora prisionero, reconoció que la princesa lo había derrotado. Y el rey ordeno que fuera conducido a la frontera del reino tarasco y liberado con la orden de jamás volver, porque no le perdonaría la vida nuevamente.
Desde entonces, cada vez que llegaba el mes de abril, cuando la tarde está por terminar, los lugareños de Pátzcuaro miran al centro del lago, pues se dice que si mira con respeto y amor podrá ver en el agua a los jóvenes enamorados que danzaban el triunfo del pueblo tarasco.

  

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