Era el mes
de abril, la primavera había llegado y la
vida bullía por toda la rivera
del lago de Pátzcuaro. Las milpas eran tan verdes que iluminaban al cielo, y
había tantos peces que se les veía brincar en el espejo de agua; todo era
hermoso. Una feliz pareja iba a casarse, la princesa Mintzitza y el valiente
guerrero Utzetza, quienes tenían a la población del rey Zintzincha, que veía con
alegría el amor que los jóvenes se prodigaban.
Todo el
reino Tarasco había sido invitado a la gran fiesta, durante la cual el rey
entregaría a la feliz pareja un regalo de bodas, el más grande tesoro que jamás
haiga visto, todo dentro de una enorme olla de barro creada especialmente para
ello. Sin embargo, el destino no permitiría tal felicidad.
El mundo que
hasta ese día habían conocido los novios cambio para siempre, pues arribaron al
palacio mensajeros provenientes de la gran Tenochtitlan para informar que el
reino azteca había caído bajo el dominio de un ejército de hombres que, como
dioses, habían llegado al mar en busca de oro .Eran los conquistadores
Españoles, que ya se dirigían a Pátzcuaro.
La amenaza
puso en alerta a todo el pueblo Tarasco, por lo que la boda se suspendió. El
rey decidió no poner en riesgo la vida de las familias y ordeno que sus
súbditos abandonaran sus tierras. Tambien ordeno que 10 guerreros llevaran el
tesoro al centro del lago, para hundirlo donde los únicos que sabrían el sitio
exacto.
Los gurreros
tomaron la gran olla, la colocaron en la balsa más fuerte y a media noche
zarparon al lago. Antes, hicieron un pacto: todos se hundirían con el tesoro. Así
ninguno podría revelar su ubicación. La promesa de un guerrero es eterna. La
oscuridad les llenaba los ojos, pues la luna se metía oculta para que el
secreto estuviera protegido. De pronto sucedió algo increíble: los peces
comenzaron a brincar a la balsa en tal número
que comenzaron a hundirla. Cuando los guerreros encontraron el sitio indicado,
se amarraron a la gran olla y golpearon el piso de la balsa, abriendo
múltiples agujeros; así, el lago se llevó
el tesoro y a sus guardianes.
La invasión
Española se llevó a cabo, muchos tarascos murieron y el rey Zintzincha fue
aprehendido a su palacio. Los españoles los torturaron para que revelara donde
estaba el famoso tesoro, y el rumor del sufrimiento real se extendió por toda
la tierra michoacana hasta llegar a Mitzitza, que permanecía oculta. Con la
dignidad de una princesa, regreso a la ciudad hasta llegar al palacio que había
sido su casa, donde la recibió el capitán Fernando de Alba.
A cambio de
la vida de su padre, Mintzitza prometió a los españoles revelarles donde se
hallaba el valioso tesoro. El capitán de Alba acepto, pero exigió que alguien
muy amado por la princesa quedara en prenda, así no podría haber engaño. A
oídos del capitán había llegado el rumor de la boda suspendida, así que les
dijo:
-Si el
tesoro aparece, vuestro padres será liberado; si no aparece, vuestro novio
morirá. ¿A quién amas más princesa, a vuestro novio o a vuestro padre?
Los soldados
españoles llevaron al joven guerrero Utzetza, que había sido capturado y lo
tenían amarrado cual fiera, a la ribera del lago. Al verlo, la princesa solo
pudo cerrar los ojos un instante; luego, el guerrero miro en silencio como su
amada subía a una de las balsas y conducía a los invasores al centro del lago.
Todos los soldados miraban con burla la escena pero soñaban con el tesoro
tarasco si oportunidades que pasara con los jóvenes.
Guiados por
la princesa Mintzitza, 10 soldados se repartieron en 3 balas y comenzaron a remar al terminar la tarde. Se alejaron
tanto que casi se pierden de la vista del capitán de Alba, que con su catalejo
observaba todo desde el palacio. Cuando las balsas llegaron al centro del lago
sucedió algo increíble, pues desde el fondo comenzaron a surgir los reflejos dorados
del tesoro tarasco, al tiempo que los soldados miraban extasiados aquellos
fuertes destellos; tan fuertes eran, que hasta el capitán pudo observarlos
desde su lugar, lo cual hiso que los soldados que esperaban en la rivera
gritaran llenos de júbilo:
-¡es el
tesoro, lo que encontraron, es nuestro, vallan todos!
¡Viva, oro,
oro!
Los gritos se repetían sin parar; tanto, que fue
imposible contener a los españoles. Todos abordaron las balsas que estaban en
la orilla, querían ver el tesoro y quedarse con una parte. El capitán de Alba
gritaban sin parar, tratando de detener a su gente, pero nadie le hacía caso;
todo era confusión. Decenas de balsas llegaron al centro del lago, donde los
rayos dorados despertaron la ambición de los extranjeros.
Obnubilados
por la codicia, estos se arrojaron a las aguas para tocar con sus propias manos
las joyas y el oro, pero claro fue el costo de su ambición: desde lo más
profundo del lago aparecieron los guardianes del tesoro, es decir, los
fantasmas de los guerreros tarascos, cuyas pálidas carnes parecían escamas por
el efecto del agua. Sus fieles miradas y sus gritos de guerra causaban tal
horror que los invasores fueron capturados y arrastrados a las aguas más profundas,
donde fueron atacados a la gran olla de barro para jamás salir.
El lago de
Pátzcuaro se revolvía por las gigantescas olas creadas por el ataque de los
guardianes del tesoro, pero en cuestión
de instantes el agua dejo de moverse y los rayos dorados se apagaron. El capitán
de Alba quedo paralizado por el terror de ver como sus hombres desaparecieron a
manos de los más espantosos espectros.
Utzetza se arrojó
al lago para rescatar a su amada princesa, y entonces los rayos dorados
volvieron a resplandecer y su brillo ilumino el cielo, y la princesa y el
guerrero fueron levantados en el aire y el poder de los rayos. Al verse así los
enamorados se abrazaron llenos de asombro, y una música sublime surgió del
agua; los dioses festejaban el triunfo tarasco, haci que los enamorados se
miraron y comenzaron a danzar en medio del lago. Flotando, regresaron a la
orilla, donde su pueblo había recuperado el poder y liberaron a su rey. El capitán de
Alba, ahora prisionero, reconoció que la princesa lo había derrotado. Y el rey
ordeno que fuera conducido a la frontera del reino tarasco y liberado con la
orden de jamás volver, porque no le perdonaría la vida nuevamente.
Desde
entonces, cada vez que llegaba el mes de abril, cuando la tarde está por
terminar, los lugareños de Pátzcuaro miran al centro del lago, pues se dice que
si mira con respeto y amor podrá ver en el agua a los jóvenes enamorados que
danzaban el triunfo del pueblo tarasco.